miércoles, 2 de junio de 2010

Lo que almacenamos

Si de lo que hoy está presente en nuestras casas, sólo quedara la quinta parte (y quizás aún es mucho) ¿cuáles elementos debieran permanecer?


Puedo culpar al calor de estas semanas, a las contingencias ambientales y a mi necesidad de darle al ocio algo más de utilidad, por el hecho de hacer esta pregunta y pensar en su trasfondo.

2010 es un gran año de cambios y parte de esas necesidades de renovación es liberarnos de lo que ya no hace falta.

Tomando en cuenta los aspectos meramente estéticos, los regalos banales y los caprichos materiales que cada uno nos hemos logrado dar en algunas ocasiones, si volteamos a ver los elementos que están en nuestras casas, ¿cuánto de ello sirve?, ¿Qué necesitamos y qué nos estorba?

Si de entrada somos felices viendo todo eso, ok, los invito a replantearse las cosas.

Cuando en febrero tuve que ir a una de las recámaras donde tenía guardadas muchas cosas de mi niñez y mi adolescencia, me obligaron responder esta pregunta y meses después decidí que era tiempo de cuestionar sinceramente cuánto de lo que tengo, realmente necesito.

Estar en casa de mis abuelos después de años de dejarla de visitar no fue fácil porque además la razón para ir no fue algo que me hiciera sentir bien.

Mi sacrosanta madre decidió que su hijo menor fuera a vivir allá luego de rondar por el mundo con todo y su familia... así que me dijo que tenía que desalojar esa recámara, que en su momento fue la suya, para hacer espacio al nuevo inquilino.

Fue más mi miedo a lo que tenía que revisar, que mi enojo por sentir que mis recuerdos se iban a donde mejor cupieran.

Mi hermano mayor me dio permiso de guardar lo más posible en su casa, de entrar a donde vivió más de 15 años y hacerle hueco a las cosas que no he logrado resolver de mi pasado.

No es que todo eso que uno guarda de su infancia y su juventud es un problema; pero al ser parte del pasado como sea, ocupan espacio y guardan recuerdos que no siempre son buena idea conservar.

Entrar y tener que reducir a poco lo que había en 3 roperos medianos fue una tarea que ni siquiera he querido terminar...

- Lo que almacenamos

Tenía las guías de estudio de la secundaria, mis portadas de las prácticas de física y mis apuntes de la prepa; las notas de gran parte de la carrera; carpetas de papeles al por mayor de diplomados, seminarios y congresos; tareas de mis alumnos, trabajos de la escuela y algunos libros.

El 95% de todo ese mundo de papel pasó directo a una pila para venderse por kilo.

Casi le di las gracias a mi madre porque eso debió pasar años atrás, pero cuando aparecían cartas de los amigos y maestros que ya han partido, me detenía para escombrar en otro lado.

Moví posters de mis ídolos, juegos de mesa, postales, revistas, tesis de mis amigas, gafetes, tarjetas de presentación de perfectos desconocidos y muchos papelitos.

Eso en su momento aquel monte de papeles los escribí, leí y guardé para que después de un año de conservarse, dejaran de servir y sólo hasta febrero de este año terminaran en la basura.

Eso es almacenar.

A diferencia de coleccionar, eso es almacenar; no es una serie que continúa, no es un conjunto de objetos que con el paso del tiempo adquieren valor (más que sentimental), no se les guarda de forma especial y no se les presume a otros. (Osea que en el fondo las colecciones son casi ¡¡objetos de pecado!!)

Ese tipo de papeles fue fácil de tirar a la basura, pero entre uno y otro bloque aparecieron cartas de mis amigas, fotos, notas de eventos que hoy son historias y recuerdos. Cuando un papel aún huele a esa persona y aún te lleva a ese momento... o decides notarlo, tirarlo y seguir adelante, o decides conservarlo y tratarlo de otro modo.

Por supuesto, no estaban amontonadas mis cartas, no están en desorden mis VHS de mi época de fan y de los partidos de Jai Alai; no tienen polvo las cintas de audio del programa de radio de la Septién; no están sin clasificar mis programas grabados de Radio Virtual. Aún hay cintas de cromo sin estrenar.

Ni siquiera deseo calcular el tiempo que me llevaría volver a ver y a escuchar todo ese material.

Mis discos de acetato fue lo primero que llevé a casa de mi hermanito, mis cajas de cintas y de CDs'.

El único álbum de fotos que hay de mí está ahí para cuando alguien me logre chantajear y enseñárselo. Curiosamente acaba el día de la fiesta por mi examen profesional.

No terminé ni con dos roperos, necesito ayuda para mover al más pequeño casi por completo y de entrada, hay que hacer espacio en la sala de la casa de mi hermano para que quepa lo que falta.

Primera lección: Tenía más basura de la que me acordaba y aunque lucía bien, sólo era basura.

Detenerme a decidir qué conservar a pesar de parecer perfectamente inútil, me iba tomar más tiempo y seguramente no será pronto.

Segunda lección: Mi orgullo de tener buena memoria fue pisoteado cuando revisaba nombres y papeles que no me recordaron nada.

Mis emociones fueron traicionadas por cartas, algunos pactos y tarjetas de felicitaciones que me pusieron a pensar ¿cómo es que había logrado que tanta gente me quisiera tanto?

¿Dónde estaba esa gente? Orgullosamente, la gran mayoría sigue a mi lado y sorprendentemente, mucha ha vuelto.

No he terminado de tirar muchas cosas que son parte de la basura de mi vida, pero me queda claro cuántos recuerdos dejé de lado para que entraran nuevos. Siempre he creido firmemente que mi corazón no tiene mucho espacio.

En algún momento pensé en promover con mis cuatas un bazar de cosas para vender, que en realidad fuese algo así como:
"Ayúdanos a tirar parte de nuestro pasado porque ya nos reconciliamos con él."

Pero tengo mucho pasado que aún necesito sentir, entender y despedirme de él.

Quién me manda vivir tanto en tan poco.

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