martes, 12 de abril de 2016

Es que, ¡ahí crecimos!

   Iztapalapa 19?? - 2016
  Mi hermanito me mandó fotos de la casa de los abuelos luego de haber sido demolida...
  Esa casa la ocuparon mis abuelos a principios del siglo XX.
  Mi bisabuela era amiga de los padres de la Iglesia de San Lucas en Iztapalapa; se llevó algo más que buenas terturlias ya que mi abuela Cande y mi abuelo Emilio llegaron ahí después de casarse.
  En esa casa la cocina era más grande que las recámaras y apenas más chica que la Sala.

  Tenía 4 ornillas grandes,un gran espacio para las cazuelas y ollas; sin ser del tipo poblana, siempre brindó servicio completo; la puerta tenía vidrios de colores que dejaban pasar muy bien la luz natural. Sus herrajes eran difíciles de lavar pero le daban buena vista.
  A la entrada sobre el cemento rojo estaban tres quintos.
  Había una gran mesa cuadrada que era donde hacían el pan de Muerto y la estantería de mi abuela estaba llena varios modelos de vajillas de la época.
  Por ahí andaba un vasito con asa que mi mamá le compró cuando ya le pesaban las cosas y en donde le servíamos su refresco de manzana tibio...

  Mi abuelo tenía sus tierras y una tienda muy completa para su época, es más, fue de las primeras en tener permiso para venta de licor, así que la cerveza era el imán para que todos hicieran una parada obligatoria para saludar al "Tío Güero".
  La tienda "Los Tres Quintos" era por donde entrábamos en lugar de usar el zaguán, saludábamos de beso en la mano a mi abuelo y le ayudábamos a despachar (y a consumir). Siempre que faltaba algo para la comida sólo ibamos por eso a la tienda, salvo tortillas o pan, tenía de todo.
  Cuando murió mi abuelo se terminó de cerrar y se regalaron cosas en cada misa hasta el cabo de año. Siempre alcanzó para todos.
  Había una piedra enorme afuera que servía de banca para todos los que se reunían a beber, a platicar del día y de las cosas.
  No debías tomar nada sin haber despachado ahí, haber tenido que ordenar las cajas de refresco, las bolsas de arroz o ayudar en algo. Ese espacio luego se convirtió en el garage para el auto.

  El terreno original era como el triple de lo que quedó ahora; mi Abuela les dio unas tierritas a tíos, primos y otros más cuando eso de las escrituras no era tan requerido y la palabra tomaba mucho más peso; al menos nosotros crecimos ya en una casa cercada, donde los vecinos aún tenían vacas en lo que luego adaptaron como su cocina...
  Ella fue generosa, bastaba que la buscara alguna mujer que había dado un mal paso y que no tenía recursos para que se la llevara a la casa a terminar su cuidado. No sé si alguien contó cuántas personas nacieron ahí. Ni siquiera era necesario que fueran de la familia... por eso muchos habitantes de la zona les llamaban "Tíos". Tampoco sé a cuántos bautizaron.
  La tradición decía que si llegaba alguien y los saludaba de tíos, entonces también eran nuestros tíos o primos. Somos muchos sin necesidad de apellidos comunes. 

  Siempre hubo familia en la casa.
  Los festejos de su santo o del Abuelo eran verdaderas reuniones sociales donde llegaba familia desde días antes; se preparaba comida para desayunar, comer, cenar y dar el itacate... (con todo y ¡cazuelas!) a cada el que ayudaba.
  Ella fue muy devota de la Iglesia y nos mandaba a pedir cooperación para todas las fiestas religiosas, las peregrinaciones, las cofradías y claro: ¡Las Posadas!
  Si hay algo que aprendimos sin darnos cuenta, fue compartir con todo tipo de gente las celebraciones; preparar bolsas de dulces, hacer fila para la piñata y esperar con ansías que ya pudieramos tomar fruta de la Ofrenda de Día de Muertos; ¡sin querer comer nada más que esos panes que olían tan rico!

  En esa casa pasaron muchas cosas que nos llenaron la niñez de Felicidad.
 

  Cuando se abrían las dos puertas del Zaguán seguro era por una fiesta, para que pasaran los estandartes de los Santitos, para que entraran los músicos o salieran las cazuelas de comida si es que acaso nos prestaban el patio de otra casa para que pudiéramos atender a todas las visitas.
  Había un lavadero enorme que llegó a darle espacio a la lavadora y luego a una bomba de agua cuando empezó a faltar el agua. Estaba la pileta de no sé cuantos litros para que de una sola pasada se lograran lavar los trastes de la comida.
  Ahí estaba grabada la fecha de la casa.
 

  Las dos jardineras del patio tenían plantas por todos lados: helechos, ruda, santa maría, manzanilla...; la que aún queda tiene la granada y la higuera; una en particular se convirtió en el cementerio oficial de nuestras mascotas.
  Nunca faltaron las arañas, lagartijas, mariposas, pájaros y a veces gorriones en ese patio.
  Nuestros perros y gatos se divertían ahí sin gran necesidad de juguetes o cualquier otra cosa.
  Nos encantaba tomar el sol usándolos de almohada, o corretearlos para que se dejaran bañar.
  Una vez, Todd, el gran gato blanco de la casa, se peleó con varios gatos y no se dejaba atrapar ya que defendía su territorio. Nos dieron más de la diez de la noche hasta que lo acorralaron entre la azotea y el árbol de la entrada.
  El pasillo, en sus tiempos de gloria estaba lleno de diversas flores y en sus esquinas tenía nidos de Golondrinas que llegaban cada año sin falta hasta poco antes de que mueriera mi abuela.
  Yo me llegué a quedar algunas veces con ella y había que rezar un montón en la mañana, pero más en las noches... porque esa podría ser la última noche... creo que por ahí andan algunos de sus libritos de rezos.
  Siempre dormía poco porque los pajaros no dejaban de hacer ruido y los gallos de los vecinos desde las 5 empezaban a cantar.
  Era amanecer, dar gracias, comer algo y dar de comer a los animales, luego ir al mercado para empezar a hacer la comida... sólo después de comer, jugar.

  Había un solo baño pero bastaba para todos, rescataron un par de los azulejos. Es que antes las cosas duraban más.
  Existe aún el cuartito que dijo mi abuela que era para uno de nosotros; alguna vez nos empezaron a contar porque regaló un monton de tierra y empezamos a dividirnos nuestros cachitos...  :)

  La sala era enorme y nos encantaba jugar ahí.  Tenía una consola con tocadiscos hermoso, con radio AM y FM donde poníamos nuestros discos o los de Pedro Vargas que era la adoración de mi abuela; a mi abuelo le gustaban los Xochimilcas... a ambos, la Polka.
  Esa consola se convirtió en nuestra conexión con la música de todos los géneros y por eso nuestros viniles se estrenaban ahí una y otra vez.

  La última remodelación grande fue para el cabo de año de mi Abuelo, quedó como la recordábamos todos y fue muy especial, pero el tiempo cobra caro las facturas.
 
  Después de que llegó mi hermano mayor se instaló en la casa chica donde vivieron mis primos antes de irse.
  Ese lugar también tuvo sus momentos y sus historias.
  Ahí llegaron mis amigos de la carrera; tuvimos tardes de tareas, trabajos y fiestas.
  Su espacio de juego se convirtió en nuestro espacio de aprendizaje.
  Armamos más de 5 tesis en su computadora y de ahí salté del Periodismo a Sistemas...
  Vivió mi hermano mucho tiempo allá; se aventó a hacer sus propios libreros, ir comprando sus cosas; formado su vida. De ahí salió para casarse.

  ¡Gracias de verdad por tantos días de SOL!

  Esa casa también tuvo momentos tristes, sus rincones nos escucharon llorar cuando faltaron los abuelos, los tíos abuelos, los primos... cuando empezaron las rupturas entre la familia.
  Resistió los sismos del 85 y sus cimientos podrán ser aprovechados para el nuevo proyecto que hay en puerta.  Ya no estará el pasillo donde poníamos las filas de mesas en las reuniones, ya no hay lugar para colgar las piñatas o tender la alfombra luego de lavarla...

  Ahí quedaron guardadas las sonrisas con los amigos y la familia que han partido.
  Cuando tuve que ir para empezar a revisar mis cosas me encontré con muchos fragmentos de mi niñez y mi adolescencia.
  Volví a ver mis cartas de Julia y mis amigas. Encontré fotos de la prepa, la carrera y mis cartas de cumpleaños. Vi fotos de mi amigo José y sólo me solté a llorar.
  Recordé de golpe cuántas personas quise y cuánto amor tengo de aquellos que me quisieron tanto.
  Entendí que no tuve porqué perder el rumbo ya que siempre tuve tanto cariño, cada carta tenía parte de esos momentos. Muchas emociones que entender y agradecer...
  Lloré sin duda al tener que seleccionar qué tirar y qué no. No terminé de seleccionar todo.
  No puedo renunciar a todo, porque mucho de eso es la base de cómo crecí y de cómo soy ahora.
  Hice negociaciones con mi tío para conservar mis viniles, mis cajas de cassetes y Videos VHS. La gran cantidad de música que me acompañó por años, los videos donde grabamos las tareas y ¡nuestro video de Generación!

  Me enfermé de nostalgia, pero también me di cuenta de qué afortunada fui al crecer con toda la familia que también vivió y disfrutó en casa de los abuelos.

  Demolerla es el principio de algo que no sabemos cómo termine, pero ha comenzado con esta necesidad de dar gracias y rendirle homenaje al lugar de mi niñez y adolescencia.

  Aún tiene un par de pilares; los cimientos, si son suficientemente sólidos, van a servir para el nuevo proyecto. Sería otra lección de nuestro abuelo a quien le gustaba hacer las cosas BIEN.

  Tendríamos que hacer una reunión de Primos para contarle a nuestros sobrinos y amigos las historias de esa casa...

  Confío en que pronto lloverá para que la Granada vuelva a florecer y llevemos la primera y más bonita como ofrenda al Niño Dios de mi abuela. Solo nos resta guardar los mejores momentos.

  Recordé esas frases de "Liberación de aquello que nos ata al pasado"...
 
  Tengo que dejar ir para también Dejar Llegar...